Os dejo un texto de mi hijo Mateus que nos lleva a la reflexión sobre esto:
Hace veinte siglos, en una apartada provincia del Imperio Romano, apareció un hombre que se presentaba como el mesías, es decir, aquella persona que los judíos esperaban que les liberaría de sus opresores y establecería un reino de paz.
Ese hombre se llamaba Jesús, hijo de José, de la ciudad de Belén. Lo cierto es que no era el único que se presentaba como el mesías, pero tenía algo distinto: no buscaba una revolución política ni tampoco animaba una rebelión social.
El hecho es que su reino no iba a ser un reino físico, sino un reino mucho más grande, un reino que transcendería lo natural. Por ello no alentaba a la violencia, sino a la paz. No enseñaba el odio, sino el perdón. No hacía daño, hacía milagros.
Su objetivo era enseñar a las personas a vivir una nueva perspectiva, basada en el amor a Dios y al prójimo, sin depender de leyes religiosas opresivas impuestas por hipócritas, los cuales se dieron por aludidos e intentaron combatirlo de todas maneras, llegando a alcanzar su objetivo: matarlo.
Lo apresaron con falsas acusaciones, lo juzgaron con falsos testigos, le hicieron un juicio sumarísimo, lo torturaron, lo humillaron y clavaron su cuerpo en una cruz, la condena impuesta a los peores criminales.
Murió, fue sepultado... y aquí es donde queda el Jesús histórico...
Pero los cristianos creemos que Jesús era el Hijo de Dios, el Cristo, el Mesías verdadero, que tenía poder para perdonar pecados y para vencer a la muerte. Y así creemos que ocurrió: resucitó.
Ese es el verdadero sentido de la Pascua, celebrar que Jesucristo murió como un sacrificio para el perdón de aquellos que se arrepienten de sus pecados y se vuelven a él, y que volvió a la vida para reinar por la eternidad.
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Una idea genial que cualquiera puede hacerlo. (Esta imagen me fue enviada . No tengo la fuente). |